No es lo mismo decir «de tamaño 6 in. x 8 in.» que decir «del tamaño de una bolsa de un kilo de café».
Si eres igual de amante del café como yo, inmediatamente generas en tu cabeza la imagen de dicha bolsa y entiendes perfectamente el tamaño de lo que sea que estamos hablando.
En cambio, si eres igual de desmemoriado con las unidades inglesas como yo, 6×8 (p)inches-pulgadas no te dice tanto… incluso aunque conozcas el valor exacto de la unidad de medida, no es tan fácil visualizar el tamaño aproximado.
Lo que estamos presenciando es el poder de la analogía.
Un poderoso recurso que han ocupado los grandes comunicadores a través de la historia. Desde poetas hasta dictadores, y lo que hoy nos atañe: Divulgadores de ciencia.
Un mago de este recurso era el mismo Carl Sagan, quien en sus charlas, libros y respectivas series o películas que fueron consolidando su fama como transmisor de la ciencia, usaba magistralmente las analogías para que pudiéramos dar forma al conocimiento.
¿Quién no ha escuchado aquello de que si comprimiéramos la historia del universo en un calendario cósmico de un año, la vía láctea se formaría en mayo, la tierra en septiembre y la humanidad en el último mes, en el último día en el último segundo del año?
Quizá no concebiríamos claramente qué tan efímeros somos si sólo nos hubieran dicho los 300 mil años de existencia que tenemos frente 13,800 millones de años desde el origen del cosmos.
Pero la capacidad de la analogía va más allá de situar cantidades y medidas en nuestra cabeza. Es una de las herramientas más efectivas que tenemos al enfrentarnos con los conceptos más abstractos de la ciencia moderna.
Hace dos siglos, un científico era capaz de entender el lenguaje de la biología y el de la física por igual. La ciencia en general podía ser abordada como cualquier otro tema de cultura por personas no expertas en el área.
Pero a medida que la ramas se especializaron y requirieron un lenguaje más sofisticado para tratarla con precisión, pagaron el precio de ser inaccesibles tal cual al público inexperto.
La analogía es el atajo más rápido para acceder un concepto nuevo y abstracto. Y no lo digo sólo yo, también Rodrigo Quian Quiroga que descubrió «La neurona de Jennifer Aniston».
No, no estamos hablando de que hayan encontrado su única neurona, sino que descubrieron que existe un tipo de neuronas llamadas «neuronas de concepto», que salieron a la luz cuando en un experimento, estas neuronas se disparaban cuando el paciente veía cualquier foto de la actriz de Friends pero permanecían apagadas en imágenes de quien sea otra persona. Es decir, neuronas que codifican conceptos.
Por lo tanto, mediante el uso de analogías somos capaces de ligar a través de estas neuronas, ideas abstractass a conceptos ya establecidos para dejarlos bien guardados en el cerebro.
Aunque el recurso de la analogía suena súper cool hasta ahora, hay un pequeñísimo gran problema que cuenta maravillosamente el físico Ernesto Sabato en «Uno y el Universo»:
«Alguien me pide una explicación de la teoría de Einstein. Con mucho entusiasmo, le hablo de tensores y geodésicas tetradimensionales.
–No he entendido una sola palabra –me dice estupefacto.
Reflexiono unos instantes y luego, con menos entusiasmo, le doy una explicación menos técnica, conservando algunas geodésicas, pero haciendo intervenir aviadores y disparos de revolver.
–Ya entiendo casi todo –me dice mi amigo, con bastante alegría-. Pero hay algo que todavía no entiendo: esas geodésicas, esas coordenadas…
Deprimido, me sumo en una gran concentración mental y termino por abandonar para siempre las geodésicas y las coordenadas: con verdadera ferocidad, me decido exclusivamente a aviadores que fuman mientras viajan con la velocidad de la luz, jefes de estación que disparan un revólver con la mano derecha y verifican tiempos con un cronómetro que tienen en la mano izquierda, trenes y campanas.
–Ahora sí, ¡ahora entiendo la relatividad! -exclama mi amigo con alegría.
–Sí –le respondo amargamente–, pero ahora no es más la relatividad.»
Desde luego, la gran desventaja de una comparación es la pérdida de comprensión del fenómeno con todos sus matices. En ciertos casos esto puede ser evitado encontrando un símil idoneo que menosprecie por completo este hecho; el Santo Grial de un divulgador. Pero en otros pareciera que es infranqueable sin recurrir a dar información más técnica.
Por ejemplo, creo que analogías subótimas tan fuertes a lo largo de los años como pensar el modelo atómico como un sistema solar o el espacio-tiempo como una sábana con una bola encima, han quedado grabadas en el subconsciente de la gente a niveles que rozan en lo dañino, pues para conceptos un poco más avanzados, son comparaciones demasiado limitantes y muy difíciles de abandonar.
¿Entonces deberíamos dejar a un lado la analogía?
Sí y no.
Desde luego no queremos perder el rigor que hace a la ciencia ser ciencia, pero a fin de cuentas, el mensaje no es para alguien que busca especialización en el tema… Así que la discusión simplemente se resume a: ¿Qué tan caro es para ti el precio a pagar por la analogía y qué tanto le puede aportar a quien está del otro lado?
En lo personal, creo que la labor de la divulgación tiene un sabor más parecido al de la literatura que al de la ciencia pues buscan dar solución a un problema muy similar:
¿Cómo trasmitimos e impactamos a los demás con ideas abstractas y profundas?
Lo maravilloso de la metáfora, la analogía, la comparación, etc., radica en encontrar el puente sólido y preciso que conecte dos mundos aparentemente inconexos; un vehículo entre realidades abstractas y materiales que roza en lo poético.
No por nada genios como Carl Sagan han conmovido la esencia de muchos al mostrar como nadie antes el sentido de la ciencia. A veces con analogías tan sofisticadas como un calendario cósmico y otras tan simples como darnos a entender que el sitio de carga de una misión espacial, es solo del tamaño de una bolsa de un kilo de café.